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jueves, 21 de junio de 2012


PALABRA DE HOJA PERENNE

(a mis queridos compañeros en la docencia, in memoriam)

            Una palabra me persigue, me acecha, me acorrala y acogota, allá por donde voy, acá por donde duermo. Me retuerce el epigastrio y doblega la cerviz, y amenaza con instalarse para siempre en la sima más oscura del cerebelo. A cualquier hora del día, en cualquier minuto del sueño. Siempre está ahí, como un flash inmisericorde y zumbón, a un clic de ratón.
            Yo la rehúyo cuanto puedo. Desoriento los ojos y entretengo las meninges con palomitas de recuerdos. Y, llegado el caso, hasta corro como un paranoico, o como un esquizofrénico, o cual tierna gacelilla despistada entre amapolas, margaritas y otras hierbas de la poética descriptiva. Eludirla, eludirla, a toda costa, en todo trance.
            Pero no, la palabra, esa palabra, vuelve siempre, sin piedad, con dolor, sin pudor, con descaro, sin amparo, con maldad, a un clic de ratón.
            Otras veces se me revuelven los clarines del furor. Entonces enarco las cejas preventivas, descorro las pupilas de láser, levanto el puño cuadrilátero y enarbolo el índice adversativo, menos cuando, aturullado por el instinto fiero, se me escapa el dedo corazón y la advertencia muda a vulgar grosería. Es cuando la pantalla, harta de esperar en azul con iconos, se enroca en negro, y el negro se hace espejo, y el espejo, inoportuno, impertinente, refleja, reflecta, mi ridícula imagen fundida en sombra. Así que repliego el dedo deshonesto, bajo el puño, y, fuera de encuadre, abro la mano y la pongo a reposar a un clic de ratón.
            Minutos después la mano se doblega y repta hacia su destino inexorable. Es cuando, contrito y cabreado, resignado y rabioso, sumiso y sedicioso, turbado y más turbado, cliqueo el ratón, una vez, inicio, dos veces, mis documentos, tres veces, carpeta, cuatro, subcarpeta, cinco, abrir. Y allí está la palabra, esa palabra, como un estigma, como un espanto: INFORMES.
            Desde los primeros atisbos del final de curso preside y persigue mi mundo universo y todos sus cuatro puntos cardinales. IN-FOR-MES. La palabra esotérica, inmanente, trascendente, agresiva, transgresora, pornográfica (y no me preguntes por qué, sería capaz de explicarlo). Antonomasia absorbente que rige el fluir de mis hematíes y los niveles del hematocrito, a un clic de ratón.
            INFORMES. Entre tutorías, departamentos, evaluaciones (sin olvidar propuestas de mejora, eso sí, eso nunca)… de esto o para aquello, la palabra de las mil doscientas caras aproximadamente. Responsabilidad y flagelo, proyectos y amenaza, votación y cadena, la estrella daltónica. Es la palabra inasible, incansable, impúdica, flatulenta, ya digo, a un clic de ratón.

martes, 12 de junio de 2012


COMO SIEMPRE

       Rebosándonos el vino por las pestañas, propongo a Groucho un juego de enigmas y mentiras, con apuesta incluida, en torno a los etéreos conceptos de la existen­cia. Testigo de excepción, Custodio el camarero con su mudez pálida y alucinada.
       Comienza el juego, tú tiras:
       R. Si nada es nada, ¿qué piensas?
       G. Que nada hay que escribir.
       R. Luego pensar es escribir.
       G. Pensar es elaborar la palabra, escribir es depositarla en la conciencia histórica del hombre.
       R. Por qué recurres a la grandilocuencia en algo tan sencillo.
       G. Estoy harto de proponer la verdad, y nadie me atiende.
       R. Bah, pierdes. La verdad nadie la posee, confundes conocimientos y expe­riencias con verdad.
       G. Entonces, ¿cuándo eres tú más sincero?, ¿cuando piensas o cuando escribes?
       R. Yo siempre digo la verdad.
       G. ¿La que piensas o la que escribes? Pierdes.
       R. Luego, condicionamos la conciencia histórica del hombre, la manipula­mos con falso marchamo de garantía.
       G. Así de bella es la palabra, frágil y legendaria como una flor de loto.
       R. Ambiciosa de sentimientos como la noche, útil como un martillo, peli­grosa como la guerra, tenaz como un atleta, a veces reposada como las aguas del estanque, a veces alocada como la esperanza.
       G. ¿Cuántas expresiones de poetas acabas de recopilar? Pierdes. Nunca se debe acercar la palabra al ridículo.
       R. Si te sientes impelido a saltar al escenario, y, una vez allí, te ves ridí­culo, ¿es que no sabías a dónde ibas?
       G. Seguro. En ocasiones he insistido en tomar el testigo del megáfono, y cuando se han agotado las pilas, he suplicado hasta con los ges­tos.
       R. Han soñado las marismas con pájaros muertos, con folklore de insectici­das por doquier. Han protestado las olas del mar.
       G. Bueno, ¿y qué? El veneno no está en la composición química, pobrecita ella. Está en el bolsillo, en la cartera, en la cuenta corriente. El veneno se origina en los genes de la ambición, se reproduce en las amistades peligrosas, se manifiesta en los frutos, y…
       R. …y se perpetúa en la ética de la inmoralidad.
       G. ¿Cómo?
       R. Se perpetúa en las leyes.
       G. ¿Y qué son las leyes?
       R. Pues eso. Pierdes.
       G. No entiendo.
       R. ¿Has oído a un niño llorar en el silencio de la madrugada?
       G. No entiendo.
       R. ¿Por qué los enamorados buscan la oscuridad?
       G. No entiendo.
       R. ¿Por qué se roba de noche y se perjura de día?
       G. Tú lo sabes.
       R. ...
       G. ¿Y?
       R. La noche es la verdad, diáfana y despiadada; el día, la ley.
       G. No entiendo.
       R. Responde, amigo: ¿cuántas veces has soñado que eras feliz?
       G. Ninguna, ¿y qué? Pierdes.
       R. ¿Por qué?
       G. Porque la tierra es barro disecado. Porque el ritmo destila cascabeles sin freno. Porque la sangre arrima claveles sin destino. Porque mesura es palabra peyorativa. Porque el coche arranca con estruendo obligadamente. Porque las mujeres rubias se tiñen día a día.
       R. Entonces, tú no crees en el susurro de una canción en medio de gritos.
       G. Yo sólo creo en mí, y con fatiga de recelos. Cantan con acordes de bille­tes. Aplauden con cheques, hasta con tarjetas de crédito. Pintan barbas pobla­das de simulación. Justifican intolerancia de denuncias con prudencia. Pruden­cias de temores y miedos. No se atreven.
       R. Pierdes. ¿No se atreven a qué?
       G. ¿Tú conoces eso de “las verdades del barquero”?
       R. Sí. Pierdes.
       G. ¿Por qué?
       R. Porque todavía debe de quedar alguna mirada reposada en el camino, que distribuya admiraciones y destellos, que oscurezca las líneas del dinero y alumbre manos abrazadas, que entone el cariño de la libertad.
       G. ¿Y qué es la libertad?
       R. Esa pregunta no vale.
       G. Pierdes.
       R. No seas estúpido, cuando la alcance te lo digo.
       G. Pero pierdes.
       R. Insisto, no seas estúpido: si yo pierdo en esta pregunta, tú también pier­des. Todos perdemos.
       G. Es inútil. La tenemos perdida desde siempre. La libertad es un concepto lleno de pasiones nunca vividas. La libertad sólo existe en la palabra que la expresa, y se agota en su pura expresión.
       R. Entonces, la libertad es Dios.
       G. No, pero se le parece mucho.
       R. Entonces, ¿Dios?
       G. Pierdo. ¿Quién lo conoce?
       R. ¿Dios conoce a Dios?
       G. Dios y la libertad se conocen. Estoy convencido.
       Tablas, como siempre. Llena, Custodio.