“In principio erat verbum,
después el lenguaje verbal y el pensamiento, pero no por ese orden, sino por el
otro; es decir, no el lineal, sino el lineal, pero pareciendo como si no lo
fuera. En realidad lenguaje y pensamiento establecieron o firmaron o acordaron
como un matrimonio tipo tradicional: pensamiento sería el marido y lenguaje
la esposa. Sin embargo, con el paso del tiempo descubrieron ellos, ¿quiénes?,
ellos, descubrieron que pensamiento era un calzonazos y que siempre se
dejaba llevar por lenguaje. Así que era lenguaje quien llevaba
los pantalones. Se imponía, se imponía, y pensamiento, apocado él desde
antiguo, cedía, cedía y se ensimismaba. Hasta que Vigotsky, que contemplaba
consternado aquella desavenencia desde alguna corteza de su lóbulo izquierdo,
llegó y dijo: se acabó el matrimonio, cada uno por su lado. Lenguaje no
quería, porque estaba bien bragada -recuérdese que era la baza femenina- y era
rebelde y putañera desde aquel in principio genético. Digo putañera,
porque bien que ha venido jodiendo desde entonces, sin discriminación y a
destajo, a cuanto experto o listillo ha osado forzar o contrariar la lógica de
sus universales contrarios -valga la... el rifirrafe-. Ya deberían haber
comprendido éstos que lo de oponerse tanto, un año y otro año, no conduce a
nada, sólo a eso, a estar jodido por año, y jodido precisamente por ése, o por
ésa, por el lenguaje.
Bien,
sea como fuere, el caso es que, como digo, Vigotsky recurrió a todo su arsenal
socialista soviético para romper aquel matrimonio, llegando a denunciarlo como
matrimonio de conveniencias. ¿De qué conveniencias? Vaya usted a saber, este
argumento no fue argumentado -valga la... el rifirrafe-. Sí se ha constatado, y
se encuentra documentado, que Vigos -para los amigos-, como era ateo, puso sus
vigoskis encima de la mesa y dictaminó: que no, que, que se separen, que esto
es contra natura naturata nata. Y se separaron.
Sin
embargo, aquella suspensión no sería in aeternum, ni siquiera in
paucum ratum; porque pronto intervendría Piaget. Éste, que era de moral tridentina
y ligeramente meapilas, enarboló la bandera de que aquella unión era in
principio nata. Y para darle mayor consistencia y enjundia a la argumentación,
retiró de la expresión el término principio e integró a los otros, de
donde devino in-nata, que significa: "Lo
que Dios ha unido, no lo separe Vigotsky". Tenemos,
pues, a Piaget en plena cruzada get -acrónimo lexicalizado de "ganas e torturar"- y pía -del latín: ñoña,
virgen.
A
todo esto, ¡lenguaje y pensamiento tenían un mareo!: que si ahora juntos, que
si ahora separados, que si desunión, que si copulación. Aunque, en realidad,
esto último era lo que más les gustaba, sobre todo a “lenguaje”, por las
razones apuntadas ut varias líneas supra.
Y
claro, lo de siempre: dos que... Pues eso, venga a parir lenguas y lenguas,
toma lenguas, todas niñas, y todas paridas por su sitio, o sea, por la margen
izquierda del cerebro. Pero esto al principio no lo sabía nadie, eran partos
misteriosos, embrujados, cosa de Rappel y otros del 906 y sus plumas.
Hasta
Chomsky, igual que antes Vigotsky, llegó y dijo: Ya está bien. Pero qué torpes
sois, qué burros -claro que lo dijo en inglés americano; por eso la mayoría no
se dio por aludida-. Cómo no os habéis dado cuenta: ni pa’ one ni pa’ other -en
inglés americano también, pero del sur-. No hay matrimonio, ni coyunda, ni
nada. Son una misma cosa o ente. O sea, como la trinidad, pero en dos, la
dinidad -en inglés..., por supuesto.
Pues
parece como que aquello cayó bien. Vigotsky: vale, no es lo mío, pero, bueno,
si se carga a la trinidad, podemos empezar a hablar. Y a Piaget tampoco le
parecía del todo mal: amputar una unidad a la trini no es demasiado obsceno, al
fin y al cabo lo de la paloma no terminaba de cuadrar, o mejor, de triangular,
en el matrimonio.
Así
que Chomsky comenzó a sacar gramáticas de debajo de las piedras y de las
intimidades de las vísceras del hombre, desde la última corteza del cerebelo
hasta las esferas vesiculares.
Y
en estas andamos.
Y
por éstas, lo juro, por éstas, me volqué y enfebrecí sobre folios, letras,
grafías, grafemas, y pamemas. Cacé un pensamiento al vuelo, le puse lenguaje y
salió una borrachera de palabras, siempre desde la margen izquierda de mi
occipital. Estiré y estiré y estiré el pensamiento, como un hilo de chicle,
hasta el quinto folio; pero no se rompía.
Rebusqué
en el saco de las palabras y encontré pensamientos en diferentes estados de
conservación, o de conversación. Los había tullidos, oligofrénicos,
disfrazados, malolientes, almibarados, sicóticos; amputados y amputeados;
purpurinos y leporinos; polimórficos, poliestróficos y polidiestros; limpios,
límpidos y lípidos; castos, vastos y bastos, y algunos más, todos en procesión,
como en el infierno de los libros.
Pues
aquello no encajaba. Pero yo no desfallecía. Recurrí a Aristóteles. Éste, que
era de los más listos y degenerados, me propuso: poética, mucha poética,
troquelada y esculpida. En mármol de este tipo -y me señalaba las piernas del efebo
que acariciaba en ese momento-. Entiende, pues, el fundamento de su Poética,
y explícate por qué lo califico de degenerado, e insisto: degenerado y
bujarrón. Marranidades de la Antigüedad que alcanzarían su punto álgido o
clímax en la Generación del 27. Conste que no quiero señalar, pero que si hay
que señalar se señala.
Aquella
propuesta poetimarica, digo, no podía satisfacerme. Uno se mantiene fiel
al modelo Penelope de Vega -sic, sin tilde- (expresión parasintética:
composición, Pene-Lope; derivación, de Vega). Para mayor y mejor
documentación: Camila Lucinda y otras, Los movimientos penelópicos de Vega.
Busca
buscando, llamé a la puerta de los formalistas rusos. Me abrieron, eh. Me
abrieron, me recibieron, me acogieron, me agasajaron, pero con poco contenido.
Todo muy bonito, muy bien, pero poco sustancioso. Eso sí, mucha guarnición, y
muy bien preparada, muy retorizada, muy imbricada per se y para se,
pero... no sé, no sé. Aquello no terminaba de..., en fin, tú sabes. Me pareció
que aún estaban verdes. Me despedí prometiendo
volver y pensando no hacerlo.
Como
éstos, los rusos, me habían hablado muy mal de unos tales pardillos que había
por América, salí, pitando, para allá. Los encontré, cómo no, dentro de un
rascacielos que ostentaba con letras enormes, de Arial 20 por lo menos, la
marca New Criticism. Entré y,
¡caramba!, aquello sí que era mármol, y no el de Aristóteles; me refiero a las
piernas de las becarias de los criticistas. Pregunté por... y me llevaron a...
El Consejo de Administración de Nueva Crítica se encontraba reunido
esperándome. La información de mi llegada les había llegado -valga la... el
rifirrafe- a través de un infiltrado que tenían entre los formalistas rusos.
¡Como para fiarse de los eruditos a la violeta!, y mientras más violeta, peor.
Y
me dijeron... ¿qué me dijeron?... Pues que no me acuerdo... Bueno, sí, me
hablaron del alma de las palabras y de su imagen, de su físico. Ah, pero eso ya
lo descubrió Saussure, les repliqué yo muy puesto, muy a lo intelectual
documentado. No, hijo, respondió uno que se parapetaba tras la torreta de la
Enciclopedia Británica, no, hijo, Saussure fue un protolingüista, elevado a los
altares de la ciencia por dos acomplejados que comenzaron a sacar pecho a la
muerte del maestro. Bien conocida es la mediocridad de Bally y Sechehaye. El
mérito de estos dos pícaros de la lingüística estriba en el pastón que se han
embolsado publicando las intuiciones del otro. Porque Saussure no fue nada más
que un intuitivo, y un heteróclito. No disponía del más mínimo argumento para proteger sus suposiciones.
¿O es que lo del caballo y el jinete...? ¿Qué pasa cuando el jinete baja del
caballo?, ¿o cuando el caballo da un respingo y tira al jinete? ¿Se acaba la
palabra?, ¿o el signo? ¿Acaso caballo y jinete no pueden continuar la vida cada
uno por su lado? No hay indisociabilidad, no hay unión íntima. A no ser que
jinete y caballo..., en fin, la zoofilia es una práctica antigua; aunque se
trataría de algo no arbitrario ni convencional, lo que, por otra parte, está en
la esencia misma del signo lingüístico.
El
alma, el alma de las palabras -prorrumpió otro con voz de declamador de
poesías nocturnas-. In aesentia spiritus est, dijo Platus Platonicus de
Retoricea. Pretendía aseverar con ello que lo verdaderamente importante de la
palabra no era su formato fónico, ni gráfico, ni fonográfico —ni estilográfico,
ni memográfico...—, sino el espíritu que las embargaba. El anima operanda,
diría siglos después, ya en latín vulgar, Juan de Puerto Real, monje
benedictino integrado en un grupo de gramáticos que, para darse pisto, se
autodenominaban "de
Port Royal".
Decía este tal son John que las palabras emanaban de un instinto espiritual
ingénito. Apenas llegó a esbozar tan prometedora teoría, pues un imprudente
sifilazo acabó con su vida; aunque la abadía achacara oficialmente el óbito a
sus excesos en la práctica intelectual.
Siempre
fuiste un poco cotilla -interrumpió uno que no había interrumpido su quehacer
lector ni en este momento que interrumpía-. Siempre sospeché que tu afición a
la investigación es fruto más de tu natural alcahuete que de un sano ejercicio
intelectual.
El
President of Retoricies intervino
para mediar: Esta es la verdadera falla de nuestros estudios literarios, las
disputas insulsas, insalubres e insanas. Viene el mundo, deposita la literatura
en nuestras manos y nosotros...
Me
fui. Aproveché la llegada de un becario calvo con cara de subir nota para
escabullirme. Me encontré solo en medio de la Gran Manzana.
La
Gran Manzana, pálida y p.m., enmoquetada con una S de signos fonemáticos
imbricados en crematísticos. ¡La Gran Manzana! –pensé-, ¡metáfora!, ¡la
metáfora! ¡Eso es!, primero fue metáfora, después se lexicalizó. Primero fue
metáfora, después léxico, y morfología y sintaxis, gramática, lengua. Primero
fue la literatura, ¡de donde deriva la lengua, el lenguaje, la comunicación!
Ya esta: In principio erat litteratura. La madre de todas las madres.
Todas las palabras y todas las frases y todas las expresiones y todo bicho
viviente de comunicación verbal fueron literatura antes que nada. Fueron
metáfora, epanadiplosis, hysteron-proteron...; sinestesia, sinécdoque,
sinéresis; anáfora, anfibología, aneurisma (¿o esto es de los médicos?). Y
tantos y tantos, marginados muchos de ellos hasta ahora; como la antapódosis,
que sólo la recuerdan algunos incondicionales como Lazarreter. Qué
emocionante, pensar en la rehabilitación, por ejemplo, del retruécano: por fin
se va a reconocer el origen literario de las tormentas, y saber que éstas se
producen por el sinatroísmo de repámpalos y retruécanos. Conocidísimas son la
metonimia, la prolepsis, la hipérbole, la comparación o símil (siempre de la
mano). Pero qué me dices de la hipotiposis, que todo el mundo siempre ha
creído que significaba una forma de contraerse el diafragma -tipo de hipo-; y
sin embargo, la inventó la literatura para definir un tipo de descripción. ¿Y
el calambur?, que tiene que soportar que lo confundan con la leyenda de un
aventurero, sólo porque un cateto, para dárselas de cultivado, se pasaba las
horas hablando de la espada de Escalumbur. Ya imagino una enardecida procesión
de epíforas con sus palindromías al desnudo lanzando anacolutos, anástrofes y
paradiástoles a la complexión de los polipotes que exhiben los pleonasmos en
sus epímones, sin elipsis ni zeugmas; todo con una gran amplificatio de
paráfrasis, sinonimias y epítetos, enriquecidos por expolición, derivación y
concatenación, bien mediante asíndeton, bien mediante polisíndeton, según
dimensiones y emoción.
Así,
pues, lo de la lengua es un sucedáneo; quiero decir que es un invento
posterior, como una prótesis o algo así. Uff.