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jueves, 31 de mayo de 2018

BREVÍSIMA Y DISPARATADA HISTORIA DE LAS CONTROVERTIDAS RELACIONES ENTRE LINGÜÍSTICA Y LITERATURA



In principio erat verbum, después el lenguaje verbal y el pensamiento, pero no por ese orden, sino por el otro; es decir, no el lineal, sino el lineal, pero pareciendo como si no lo fuera. En realidad lenguaje y pensamiento establecie­ron o firmaron o acordaron como un matrimonio tipo tradicional: pensamiento sería el marido y lenguaje la esposa. Sin embargo, con el paso del tiempo des­cubrieron ellos, ¿quiénes?, ellos, descubrieron que pensamiento era un calzo­nazos y que siempre se dejaba llevar por lenguaje. Así que era lenguaje quien llevaba los pantalones. Se imponía, se imponía, y pensamiento, apocado él desde antiguo, cedía, cedía y se ensimismaba. Hasta que Vigotsky, que con­templaba consternado aquella desavenencia desde alguna corteza de su lóbulo izquierdo, llegó y dijo: se acabó el matrimonio, cada uno por su lado. Lenguaje no quería, porque estaba bien bragada -recuérdese que era la baza feme­nina- y era rebelde y putañera desde aquel in principio genético. Digo puta­ñera, porque bien que ha venido jodiendo desde entonces, sin discriminación y a destajo, a cuanto experto o listillo ha osado forzar o contrariar la lógica de sus universales contrarios -valga la... el rifirrafe-. Ya deberían haber compren­dido éstos que lo de oponerse tanto, un año y otro año, no conduce a nada, sólo a eso, a estar jodido por año, y jodido precisamente por ése, o por ésa, por el lenguaje.
Bien, sea como fuere, el caso es que, como digo, Vigotsky recurrió a todo su arsenal socialista soviético para romper aquel matrimonio, llegando a denunciarlo como matrimonio de conveniencias. ¿De qué conveniencias? Vaya usted a saber, este argumento no fue argumentado -valga la... el rifirrafe-. Sí se ha constatado, y se encuentra documentado, que Vigos -para los amigos-, como era ateo, puso sus vigoskis encima de la mesa y dictaminó: que no, que, que se separen, que esto es contra natura naturata nata. Y se separaron.
Sin embargo, aquella suspensión no sería in aeternum, ni siquiera in paucum ratum; porque pronto intervendría Piaget. Éste, que era de moral tri­dentina y ligeramente meapilas, enarboló la bandera de que aquella unión era in principio nata. Y para darle mayor consistencia y enjundia a la argumenta­ción, retiró de la expresión el término principio e integró a los otros, de donde devino in-nata, que significa: "Lo que Dios ha unido, no lo separe Vigotsky". Te­nemos, pues, a Piaget en plena cruzada get -acrónimo lexicalizado de "ganas e torturar"- y pía -del latín: ñoña, virgen.
A todo esto, ¡lenguaje y pensamiento tenían un mareo!: que si ahora juntos, que si ahora separados, que si desunión, que si copulación. Aunque, en realidad, esto último era lo que más les gustaba, sobre todo a “lenguaje”, por las razones apuntadas ut varias líneas supra.
Y claro, lo de siempre: dos que... Pues eso, venga a parir lenguas y len­guas, toma lenguas, todas niñas, y todas paridas por su sitio, o sea, por la margen izquierda del cerebro. Pero esto al principio no lo sabía nadie, eran partos misteriosos, embrujados, cosa de Rappel y otros del 906 y sus plumas.
Hasta Chomsky, igual que antes Vigotsky, llegó y dijo: Ya está bien. Pero qué torpes sois, qué burros -claro que lo dijo en inglés americano; por eso la mayoría no se dio por aludida-. Cómo no os habéis dado cuenta: ni pa’ one ni pa’ other  -en inglés americano también, pero del sur-. No hay matrimonio, ni coyunda, ni nada. Son una misma cosa o ente. O sea, como la trinidad, pero en dos, la dinidad -en inglés..., por supuesto.
Pues parece como que aquello cayó bien. Vigotsky: vale, no es lo mío, pero, bueno, si se carga a la trinidad, podemos empezar a hablar. Y a Piaget tampoco le parecía del todo mal: amputar una unidad a la trini no es demasiado obsceno, al fin y al cabo lo de la paloma no terminaba de cuadrar, o mejor, de triangular, en el matrimonio.
Así que Chomsky comenzó a sacar gramáticas de debajo de las piedras y de las intimidades de las vísceras del hombre, desde la última corteza del cerebelo hasta las esferas vesiculares.
Y en estas andamos.
Y por éstas, lo juro, por éstas, me volqué y enfebrecí sobre folios, letras, grafías, grafemas, y pamemas. Cacé un pensamiento al vuelo, le puse lenguaje y salió una borrachera de palabras, siempre desde la margen izquierda de mi occipital. Estiré y estiré y estiré el pensamiento, como un hilo de chicle, hasta el quinto folio; pero no se rompía.
Rebusqué en el saco de las palabras y encontré pensamientos en dife­rentes estados de conservación, o de conversación. Los había tullidos, oligo­frénicos, disfrazados, malolientes, almibarados, sicóticos; amputados y ampu­teados; purpurinos y leporinos; polimórficos, poliestróficos y polidiestros; lim­pios, límpidos y lípidos; castos, vastos y bastos, y algunos más, todos en pro­cesión, como en el infierno de los libros.
Pues aquello no encajaba. Pero yo no desfallecía. Recurrí a Aris­tóteles. Éste, que era de los más listos y degenerados, me propuso: poética, mucha poética, troquelada y esculpida. En mármol de este tipo -y me señalaba las piernas del efebo que acariciaba en ese momento-. Entiende, pues, el fun­damento de su Poética, y explícate por qué lo califico de degenerado, e insisto: degenerado y bujarrón. Marranidades de la Antigüedad que alcanzarían su punto álgido o clímax en la Generación del 27. Conste que no quiero seña­lar, pero que si hay que señalar se señala.
Aquella propuesta poetimarica, digo, no podía satisfacerme. Uno se mantiene fiel al modelo Penelope de Vega -sic, sin tilde- (expresión parasintética: composición, Pene-Lope; derivación, de Vega). Para mayor y mejor documentación: Camila Lucinda y otras, Los movi­mientos penelópicos de Vega.
Busca buscando, llamé a la puerta de los formalistas rusos. Me abrieron, eh. Me abrieron, me recibieron, me acogieron, me agasajaron, pero con poco contenido. Todo muy bonito, muy bien, pero poco sustancioso. Eso sí, mucha guarnición, y muy bien preparada, muy retorizada, muy imbricada per se y para se, pero... no sé, no sé. Aquello no terminaba de..., en fin, tú sabes. Me pareció que aún estaban verdes. Me despedí prome­tiendo volver y pensando no hacerlo.
Como éstos, los rusos, me habían hablado muy mal de unos tales pardi­llos que había por América, salí, pitando, para allá. Los encontré, cómo no, den­tro de un rascacielos que ostentaba con letras enormes, de Arial 20 por lo menos, la marca New Criticism. Entré y, ¡caramba!, aquello sí que era mármol, y no el de Aristóteles; me refiero a las piernas de las becarias de los criticistas. Pregunté por... y me llevaron a... El Consejo de Administración de Nueva Crí­tica se encontraba reunido esperándome. La información de mi llegada les había llegado -valga la... el rifirrafe- a través de un infiltrado que tenían entre los formalistas rusos. ¡Como para fiarse de los eruditos a la violeta!, y mientras más violeta, peor.
Y me dijeron... ¿qué me dijeron?... Pues que no me acuerdo... Bueno, sí, me hablaron del alma de las palabras y de su imagen, de su físico. Ah, pero eso ya lo descubrió Saussure, les repliqué yo muy puesto, muy a lo intelectual documentado. No, hijo, respondió uno que se parapetaba tras la torreta de la Enciclopedia Británica, no, hijo, Saussure fue un protolingüista, elevado a los altares de la ciencia por dos acomplejados que comenzaron a sacar pecho a la muerte del maestro. Bien conocida es la mediocridad de Bally y Seche­haye. El mérito de estos dos pícaros de la lingüística estriba en el pastón que se han embolsado publicando las intuiciones del otro. Porque Saussure no fue nada más que un intuitivo, y un heteróclito. No disponía del más mínimo argumento para proteger sus suposiciones. ¿O es que lo del caballo y el jinete...? ¿Qué pasa cuando el ji­nete baja del caballo?, ¿o cuando el caballo da un respingo y tira al jinete? ¿Se acaba la palabra?, ¿o el signo? ¿Acaso caballo y jinete no pueden continuar la vida cada uno por su lado? No hay indisociabilidad, no hay unión íntima. A no ser que jinete y caballo..., en fin, la zoofilia es una práctica antigua; aunque se trataría de algo no arbitrario ni convencional, lo que, por otra parte, está en la esencia misma del signo lingüístico.
El alma, el alma de las palabras -prorrumpió otro con voz de declama­dor de poesías nocturnas-. In aesentia spiritus est, dijo Platus Platonicus de Retoricea. Pretendía aseverar con ello que lo verdaderamente importante de la palabra no era su formato fónico, ni gráfico, ni fonográfico —ni estilográfico, ni memográfico...—, sino el espíritu que las embargaba. El anima operanda, diría siglos después, ya en latín vulgar, Juan de Puerto Real, monje benedictino in­tegrado en un grupo de gramáticos que, para darse pisto, se autodenominaban "de Port Royal". Decía este tal son John que las palabras emanaban de un ins­tinto espiritual ingénito. Apenas llegó a esbozar tan prometedora teoría, pues un imprudente sifilazo acabó con su vida; aunque la abadía achacara oficial­mente el óbito a sus excesos en la práctica intelectual.
Siempre fuiste un poco cotilla -interrumpió uno que no había interrum­pido su quehacer lector ni en este momento que interrumpía-. Siempre sos­peché que tu afición a la investigación es fruto más de tu natural alcahuete que de un sano ejercicio intelectual.
El President of Retoricies intervino para mediar: Esta es la verdadera fa­lla de nuestros estudios literarios, las disputas insulsas, insalubres e insanas. Viene el mundo, deposita la literatura en nuestras manos y nosotros...
Me fui. Aproveché la llegada de un becario calvo con cara de subir nota para escabullirme. Me encontré solo en medio de la Gran Manzana.
La Gran Manzana, pálida y p.m., enmoquetada con una S de signos fo­nemáticos imbricados en crematísticos. ¡La Gran Manzana! –pensé-, ¡metá­fora!, ¡la metáfora! ¡Eso es!, primero fue metáfora, después se lexicalizó. Pri­mero fue metáfora, después léxico, y morfología y sintaxis, gramática, lengua. Primero fue la literatura, ¡de donde deriva la lengua, el lenguaje, la comunica­ción! Ya esta: In principio erat litteratura. La madre de todas las madres. Todas las palabras y todas las frases y todas las expresiones y todo bicho viviente de comunicación verbal fueron literatura antes que nada. Fueron metáfora, epana­diplosis, hysteron-proteron...; sinestesia, sinécdoque, sinéresis; anáfora, anfi­bología, aneurisma (¿o esto es de los médicos?). Y tantos y tantos, marginados muchos de ellos hasta ahora; como la antapódosis, que sólo la recuerdan algu­nos incondicionales como Lazarreter. Qué emocionante, pensar en la rehabili­tación, por ejemplo, del retruécano: por fin se va a reconocer el origen literario de las tormentas, y saber que éstas se producen por el sinatroísmo de repám­palos y retruécanos. Conocidísimas son la metonimia, la prolepsis, la hipérbole, la comparación o símil (siempre de la mano). Pero qué me dices de la hipotipo­sis, que todo el mundo siempre ha creído que significaba una forma de con­traerse el diafragma -tipo de hipo-; y sin embargo, la inventó la literatura para definir un tipo de descripción. ¿Y el calambur?, que tiene que soportar que lo confundan con la leyenda de un aventurero, sólo porque un cateto, para dárselas de cultivado, se pasaba las horas hablando de la espada de Escalumbur. Ya imagino una enardecida procesión de epíforas con sus palindromías al des­nudo lanzando anacolutos, anástrofes y paradiástoles a la complexión de los polipotes que exhiben los pleonasmos en sus epímones, sin elipsis ni zeugmas; todo con una gran amplificatio de paráfrasis, sinonimias y epítetos, enriqueci­dos por expolición, derivación y concatenación, bien mediante asíndeton, bien mediante polisíndeton, según dimensiones y emoción.
Así, pues, lo de la lengua es un sucedáneo; quiero decir que es un invento posterior, como una prótesis o algo así. Uff.