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domingo, 7 de abril de 2013

EL TÍTULO


   Desde luego, no lo tenía previsto. Un defecto que me persigue desde la más angustiosa pubertad: olvido la evidencia, o quizás la soslayo o, no sé, la descarto. Y sin embargo, el consejo o aviso era de cajón.
   Quiero aclarar antes, enseguida, que también adolezco de certezas, de ahí mi continuo recurso a precisar imprecisiones. Esto se me ha acentuado con la edad. Claro que tampoco tengo claro si se trata de defecto o virtud.
   Aunque, sinceramente, eso de la “angustiosa pubertad” es pose con pretensión dramática, o quizás romántica; porque tampoco es que me haya preocupado en exceso pasar por alto según qué, nunca. Y lo de “me persigue”, pues suena a pretencioso, ¿no?
   Pero lo reconozco, sustraerme a la lógica, a los procesos mentales con desembocadura obvia e inevitable, no deja de ser un defecto. Más que nada, porque me ha creado –me he creado- más de un problema. Como para sentirse orgulloso.
   Me da que es cuestión de estructura mental, o quizás neurológica, o algo así –tampoco voy a echar la culpa ahora a los jesuitas que me educaron-. Tan interiorizada tengo la tendencia por lo sublime que descuento lo sencillo, si bien con frecuencia asimétrica.
   En realidad –hay que reconocerlo-, prescindir del escalón inicial acarrea resultados impertinentes, inconvenientes, invalidantes. Pero casi me atrevo a asumir que no es mi caso, porque con frecuencia no salgo de la neurona primaria. Desconozco si me pasa como a todos, o a muchos, o a algunos, o a ciertos algunos.
   Es verdad que a veces, si me encuentro despistado, o divagando, o qué sé yo, me escurro de mi realidad y doy el salto en el vacío sin medir las consecuencias. Como me ha ocurrido ahora, o ayer.

   - Bien que es un libro de relatos, pero habrá que ponerle un título, ¿no? –me dice.
   - Pero cada relato tiene su título, ¿no es suficiente? –le digo.
   - No parece, lo normal es que el libro lleve un título general –responde.
   - ¿Y no basta con poner en letras muy grandes “Relatos”?
   - Puede, pero resultaría muy poco atractivo. Mejor piensa un título para el conjunto. Una expresión o palabra que caracterice a la totalidad, que los agrupe en una idea o motivo común. Tira de imaginación; pero con cuidado, no desvaríes demasiado, que te conozco.
   - De acuerdo. No estoy seguro de conseguirlo, pero voy a intentarlo. Me refiero a lo de desvariar. A estas alturas no me puedes venir con equilibrios. Pero, bueno, procuraré una leyenda veraz, rotundo, síntesis y brújula.

   Con tal intención emprendo el camino. Método, sosiego, avizor. Releo el primer relato y tomo notas, sobre personajes, la trama, la expresión, algún detalle, paso al segundo y lo mismo, y así hasta el último.
   Cuando termino, retiro los apuntes a un pico de la mesa, los relatos al otro, y pongo rostro, brazos y manos en imagen de intelectual ensimismado (es que me sale así de espontáneo, no es gesto para foto; ni lo digo por petulancia, sino llevado por…, bueno, vale). Hago la consiguiente reflexión, repaso mental o algo parecido. Pero apenas se digna florear algún pensamiento consistente. Me rindo un poco y acerco el par de folios que sostienen mis comentarios. Leo, ya con cierta ansiedad. Subrayo. Traslado a otro folio lo subrayado en plan criba y ahí concentro todos mis filamentos. Nada relevante, o muy poco.
   Así que renuncio al momento, y sobre todo, al lugar. Y salgo de casa. Si es que tanto método, tanto método,… y encima estas alergias mías al sosiego recomendado. Que no, que no. A la calle.
Subo hasta las cumbres del Brillante, bajo por las laderas de Chinales, atravieso Carlos III hasta el viejo Lepanto, me adentro en San Agustín, cruzo la Corredera –todo a pie firme y rápido y enjuto, y espoleando sin descanso todos los ¿anillos? de la corteza cerebral-, sigo hasta El Potro, y Puente Viejo y Campo de la Verdad, hasta la iglesia del Cerro, y vuelvo, Plaza de Andalucía, Puente Nuevo, Vallellano arriba, La Victoria, hacia el bulevar, alcanzo El Vial, y en el último tramo hasta casa, en ese que recorro cada día entre árboles desfrutados y entrañables, titilar de confidencias y atmósfera de melancolías, acierto con la esencia.
   La clave está en el narrador de cada relato, los narradores, varios y uno. Personalidad afín, controvertida, conturbada, identidad de inquietud.
   Todos los relatos con el mismo protagonista, la misma obsesión de denuncia: “Relatos de un neurótico”.
   Jo, me ha costado. Cosa tan elemental…

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