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domingo, 21 de julio de 2013

BITÁCORA DE ESTÍO (1)

SIN PROGRAMA


   Es mi sino, torpeza o hobby. En cuanto llega el primero de mayo empiezo a mirar para atrás, un día y otro, veinte, treinta, hasta por lo menos mediados de junio. Creo que por deformación profesional o trauma subterráneo. Que lo aclaren otros. A mí me da que sufro una reacción instintiva: volverme para conseguir perspectiva y analizar, un recuento similar al tópico de la nochevieja, bueno, malo, relativo o en blanco. Y claro, las leyes de la gravedad no perdonan, andas hacia delante con la vista atrás, te das de bruces con el poste del termómetro, cuarenta grados a las dos de la tarde, ¡coño, estamos en julio!
   El verano, la amenaza cíclica. Y el ritual de opciones.
  La tentación recurrente, este año no me muevo del aire acondicionado, voy a mimar su regulador hasta el frenesí, las yemas de los dedos acariciando hasta liberar los centígrados más bajos. Leer, escribir, sestear y comer precocinados y la ensalada de arándanos pendiente.
   Aunque lo de pendiente es la trampa. Temible adjetivo. Suele colarse cuando andas pergeñando una decisión. Desestabiliza lo suyo, porque desempolva antojos, incógnitas o ensueños. Sobre todo para un espíritu impresionable, renuente, estresado y versátil como el mío.
   A la más mínima evocación, se me difumina el propósito inicial. Como este verano, que ha vuelto ha punzarme el recuerdo de mi amigo Braulio, el abad del monasterio de… (omito la advocación para evitar publicidad, mis razones tengo).
   Nuestra amistad se fraguó allá por la adolescencia, durante el noviciado que compartimos. Luego, mientras aquel compañero del alma en noche oscura ha permanecido en su santo hábito (y ha hecho carrera con él, ya digo, abad por el momento), mis fantasías pronto derivarían hacia otros hábitos. Pero la relación ha perdurado a lo largo del tiempo, con encuentros ocasionales y últimamente con llamadas telefónicas de tarifa plana, cada vez más frecuentes y de sabor dialéctico.
   Así que, hace unos días, no sé si con las defensas desguarnecidas por un golpe de calor, lo reto a que mantenga su oferta del mes pasado: recluirme quince días en el monasterio, disfrutando de su silencio, compartiendo el rumor del gregoriano, el sosiego de la meditación, el refectorio frugal y la cama de mármol acolchado, y lo más importante, sin injerencias de proselitismo bíblico.
   Su respuesta ha sido demoledora. Esperaba excusas a la altura de los reproches que me viene haciendo, silogismos perversos, practicismo relativista, nihilismo latente, anticlericalismo clásico, panteísmo negativista, agnosticismo fraudulento y no sé cuántos conceptos oscuros de esos que fabrican los suyos.
   Pues nada de eso. Overbooking, va y me suelta (se ve que los frailes también se reciclan). El monasterio había colgado el cartel de completo para toda la temporada. No cabía ni un alma descarriada más. Todas las reservas confirmadas. ¿Cómo voy a hacerle publicidad encima?
   A modo de despedida, lamenta que de momento no pueda darme cobijo en su redil. Como percibo cierta sorna en sus palabras, mantengo el pulso y le responsabilizo de mis pecados de este verano.
   Descartado el purgatorio, abro el alma a otras sugerencias. Aun a sabiendas de que en estos casos, cuando clico actualizar, la nube de opciones no falla: por entre mediterráneos, cantábricos, algarves, caribes, islas, orientes, ciudades de imperio, de imperios o del imperio, se erige destacado el nombre de mi pueblo (si será temible el adjetivo pendiente).
   ¿Ferragosto en mi pueblo? Años llevo postergándolo. Quizás el verano que viene, concedo y aplazo, con cariño y sin convicción. O con un anhelo tan condicionado…
   Sí, voy por allí, y lo piso con fervor. Aunque sólo visitas circunstanciales, no obligadas desde luego, sino por el sentimiento hacia quienes las motivan.
   Pero una temporada larga y plácida, donde evocar ancestros y reavivar emociones y amistades y afectos… No, todavía no. No he alimentado el mito de mi pueblo desde la ausencia y las ausencias, para que en tres días me lo destruya una mala carcoma aún sin fumigar.
   No, hay más opciones, seguro.

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