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jueves, 1 de agosto de 2013

BITÁCORA DE ESTÍO (2)

 ALUVIÓN Y DESCARTE


   La ensalada de arándanos tendrá que volver a esperar.
  Y mucho más el balneario espiritual que regenta mi amigo. Que me ponga en lista de espera, me ofrece, con ese tono lechoso que tanto me desquicia. Ni hablar.
   Insatisfacción, venganza, borboteo. Resuelto y febril.
  En tres días, cuatro agencias de viajes, diecinueve propuestas, o treinta, o qué sé yo, cuarenta y dos. Repartidas por todas las mesas, mesitas y homologados de la casa. En el estudio, en el salón, en el comedor, en el dormitorio, en la cómoda de la entrada, pero el grueso en la mesa de la cocina. La mesa de la cocina es mi base de operaciones (las manías siempre tan difíciles de explicar). Folletos, dípticos, trípticos, cuadernillos e incluso mamotretos satinados en papel seducción.
  Pero, eso sí, clasificados. De otro modo, se haría imposible la decisión. En el estudio, eventos culturales (y anda que no me fastidia el manoseo que se traen los incultos con la palabra eventos). En el salón, playas de variado calibre. En el comedor, lugares de calificación exótica. En el dormitorio, hoteles de alto entorchado. En la cómoda de la entrada, turismo rural. Y en la mesa de la cocina una miscelánea sugestiva, la fibra que vibra.
 Al sexto día ya he honrado copiosamente el contenedor para reciclaje de papel. Apenas me queda en el estudio algún programita de teatro, un par de playas de guirnalda o cubata en el salón, guarniciones de luna llena en el comedor, dos camas de caviar en el dormitorio, y un sendero de maleza en la cómoda de la entrada.
 Queda la mesa de la cocina, aún si espulgar. Una cerveza recién sacada de la nevera y comienza la selección. Poco a poco voy despejando y acumulando por afinidad en montoncitos capitales y ciudades, individualmente o agrupadas en circuitos, viajes a tierras santas, laicas, ateas o profanas, rutas de safaris sexuales o de rifle, festivales de fauna diversa, alpinismos y espeleologías, world y sus tantos cuantos derivados, y cruceros. ¿Cruceros?
  Cruceros. Momento burbujilla de curiosidad. De unos años para atrás, con la vuelta a septiembre flamea un hervidero de elogios que convergen en un crucero rehostidisíaco. Tres revistas con portada a toda plana y color de sendos buques, uno a vista de pájaro seductor, otro a vista de pez angustiado y otro a vista de litoral. Elijo esta tercera, se me antoja la menos metafórica y agresiva.
  Ojeo, intrigado pero escéptico, receptivo pero crítico, romántico pero avizor, o sea, mismamente yo. Promesas, garantías, confort, elegancias, fotografías de colores promiscuos, de Venus y Adonis metamorfoseados por edades en formato flash, sobre hamacas de bronceado, en coctel de sonrisas prefabricadas, junto a manteles de finas hierbas o camas afrutadas, y siempre bajo un sol mate, meloso y sugestivo o una luna con ramas de plata sobre el oleaje plácido y alfombrado del mar sempiterno.
  Levanto la mirada hacia el pensamiento y cedo a la posibilidad. Y, claro, lo previsible, el sistema inmunológico me activa la función analítica y focaliza el dilema: ¿experiencia válida, inútil, descabellada? Acepto válida, pero me exijo mayor precisión: ¿provecho intelectual o cultural?, ¿interés sociológico?, ¿patrimonio intangible de la humanidad?, ¿transgresión?
  Advierto que me he ido deslizando hacia… Cuando la ocasión de transgredir se hace carne, sucumbo. Paradoja o no, mi sistema inmunológico funciona así. ¡Y le debo tanto!
 Allá cada cual con su concepto de vulnerar normas o convenciones. Para mí, enrolarme en un crucero violenta alguna que otra cosilla antiburguesa, prejuicio, grima, enajenación (en su significado más etimológico), malversación ideológica… A saber.
  Uno va por la vida frustrado a golpe y golpes de coherencias, y de pronto, la oportunidad.
  La transgresión me puede.
  Decidido, un crucero.

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