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martes, 2 de diciembre de 2025

FRAGMENTOS DE LIBRETAS (6)

 

Mito versátil

 

El mito figura entre los comodines más ilustres de la condición humana. Tanto sirve para constreñir y encorsetar como para canonizar o condenar, fundamentar o rebatir, liberar o atenazar, justificar o delatar, diseñar, otorgar, emular y fijar, también para cubrir los tópicos derivados de la teorética popular, desde la exótica Venus Calipigia, pasando por la entrañable abuela de Caperucita, hasta el laureado y manido apotegma ‘la primera vez’.

Este último, aunque recurrible para usos diversos (la primera vez que fui al cine, la primera vez que tuve miedo, la primera vez que me pusieron una multa de tráfico,…), parece que centra su universal mitológico en el sexo compartido. Y sin embargo, lastra una alta dependencia del singular y coyuntural ecosistema existencial que origina su crisálida.

La ciencia estadística tiene bien comprobada la biodiversidad de tal primera vez en los humanos. Coinciden en lo fundamental, sí. Pero divergen con frecuencia en los biotopos. Por ejemplo, fase en la relación amorosa, si es que la hubiera, grado de clandestinidad, lugar (aquí la gama se multiplica, coche, domicilio propio, ajeno o de terceros, parque boscoso, afueras del pueblo, sala de espera de una estación de ferrocarril abandonada…), animus operandi y algún que otro etcétera más.

Aun así, conviene considerar lo que prueba cualquier muestreo medianamente científico: la susodicha primera vez de sexo a dos existe en tanto en cuanto se cuenta, bien en primera persona, bien como narrador testigo o en plan levantador de chismes. Por esto, se deben contemplar factores de distorsión microclimáticos que, incluso preservando el mito, incidan en un ecosistema dado con mayor o menor alteración de sus biotopos. Como cuando la fantasía tergiversa la realidad o simplemente la sustituye. O cuando la verdadera primera vez se oculta o se relega al olvido por impresentable y es sustituida por una segunda o hasta por una tercera finalmente satisfactoria que limpia al completo la mancha de la primera. Aunque también para estos casos aporta soluciones el mito pedestre, como “dar gato por liebre”, “hacer la vista gorda”, “el cartero siempre llama dos veces” o “a la tercera va la vencida”. Cuestión de adaptación ecosistémica.

lunes, 17 de noviembre de 2025

FRAGMENTOS DE LIBRETAS (5)

 

El sustantivo política

 

La política lubrica el culto propio y de extraños de la personalidad propia. Espejo de mentecatos y presumidos, desvirgue de honestida­des, cadena de estructuras e intereses, generador de frustraciones, escalera al suicidio, lodo y albatros. Capaci­dad de exterminio. Adquisición del poder y regreso a la obediencia de los de­más.

Simbólica como el lenguaje. Un sustantivo, concreto por demasiado abstracto.

Lo abstracto es duradero, permanente, incorrupto por ficticio, por intangible. El hombre inventó lo abstracto para embadurnar la realidad, la inmediatez, la cercanía (frase abstracta donde las haya: hombre, embadurnar, realidad, inme­diatez, cercanía), para amortiguar la flor de los sentidos. Lo abstracto dignifica la masa encefálica del hombre, pero la reviste de cinismo. Lo abstracto es pura teoría, pura falsedad. La política, sustantivo abstracto a la de­riva disfrazado de concreto carnaval.

Lo concreto es perecedero y contradictorio. Mortal y pedestre. Lluvia y loto. Otorga al hombre todas sus dimensiones. Liso y controvertido. Azul modernista. Inocencia y realidad. El sabor de unos labios que abrazan. La política no abraza, comprime. Los sus­tantivos concretos son almas en pena merodeando por los aledaños de la polí­tica: libros, aspirinas, carreteras, grifos, pan, monedas, hormigas, desfiladero, elefantes, cementerio. Sustantivos sin determinantes ni adjetivos, libres, desnudos, solitarios y paradójicos. La política espanta a las hormigas y elude desfiladeros de elefantes viejos y cansados camino del cementerio. Los sustantivos concretos airean la voz de la conciencia política, esa que nunca se escucha aunque se oiga.

Los sustantivos abstractos son la inteligencia deformada. Los concretos, la realidad atrofiada. La política se alía con los primeros para manipular a los segundos. La política es la brutalidad de los primeros y la contra­dicción de los segundos.


martes, 21 de octubre de 2025

FRAGMENTOS DE LIBRETAS (4)

 

Razonamiento deductivo

 

La confidencia es estado de máxima confianza y mínima seguridad. Un dúo hipersensible en cabal equilibrio. En cuanto el fiel de esa balanza se des­pista, aunque sea mínimamente, la confidencia pierde gas y la justificación misma de su existencia. Es un fiel muy suspicaz, cualquier mal viento, simple soplo o desvariado chisme puede ponerla en entredicho, y no es el entredicho lugar de confidencias que se precien de tales. Pero mientras ese fiel se mantenga fiel a su punto de equilibrio absoluto, el flujo confidencial permanecerá inmune.

Sin embargo, el problema (si es que se le puede llamar así, aunque creo que sí) no está en la posibilidad de que se produzca el desequilibrio, sino en la aparición de la confidencia misma, en los procesos paramentales que la gene­ran, en las urgencias psicoinconfesables que llevan a una persona a desnudar ante otra sus neuronas más íntimas. Y no es fácil, ¿eh? Digo yo que no debe de ser fácil. Porque ni siquiera es como confesar los pecados al cura, qué va, aunque esa sea su obsesión: que le desnudes el alma, dice el tío. Y encima, ya se sabe, empiezas por el alma y terminas en..., y con la sotana del cura aban­donada sobre el Libro de los Jueces.

No, la confidencia tiene otro estatus, tal nivel que se me antoja superior al amor. Mira que es digno y ennoblece el amor al ser humano; pues, aun así, la confidencia lo supera y sobredimensiona, hasta situarse en el máximo grado de intimidad. Llevado al extremo, el súmmum de la relación humana sería la suma de amor y confidencia, resultaría un estado supernatural, pretercultural, la rehoschepudre (es decir, la rehostia, la releche, de puta madre).

En realidad, ahora que lo pienso, la confidencia tiene mucho que ver con la acracia. Podríamos decir que la confidencia es a la relación entre dos (por­que, claro, entre tres ya ni hablamos) lo que la acracia a la relación sociopolí­tica. Esta última considera innecesarias las leyes, y la confidencia surge desde la ausencia de condicionamientos psicoculturales (quizás esté arriesgando mu­cho en mis presupuestos, pero es que estoy en plan confidencias). Aunque hay una diferencia fundamental entre ambas: la acracia es una aspiración, la confi­dencia una imperfección.

Una imperfección más, tampoco hay que alarmarse. Su semillero, su germen, se encuentra en las inseguridades que acucian al ser humano, que en un mo­mento dado lo llevan a la necesidad, la gran necesidad, de depositarlas fuera de sí, que otro las analice y administre y resuelva, o que las comparta sin más. Si en ese estado de necesidad cuenta con la persona adecuada para confiar, se produce la confidencia, la confluencia astral. Ya sé, los físico-químicos lo explicarían de otra manera, también los bucaneros de la prensa rosa.

Una tracción físico-química, o rosa, que puede sobrevenir, o llegar a secas, en cualquier momento, situación o equinoccio de nuestra vida. Pero hay, eso, equinoccios en que somos más propensos, tanto a la necesidad de confiar como a disponer del confidente idóneo. Cada cual tiene su propia experiencia al respecto. Imposible y, por tanto, inútil fijar edades y circunstancias.

Aunque, en general, salvo réplica en contrario de psicólogos y derivados, me da que este fenómeno estacional suele asomar sigiloso —a saber por qué pura casualidad— cuando la imaginación, o la reflexión, nos despabila sensaciones o mundos entrevistos por las cerraduras, y porfiamos, feroces y feraces, para trasmudarlos a realidad. Hasta que irrumpe el choque, el parón, la miseria de tus castillos. Desconcierto, incertidumbre, pero si un guiño del entorno te devuelve la fe, la confidencia está servida.

lunes, 29 de septiembre de 2025

FRAGMENTOS DE LIBRETAS (3)

 

Síntomas

 

El paso de la pubertad a la adolescencia, como los demás procesos migratorios —que no evolutivos— del ser humano, no viene marcado por la caída de hojas del calendario, evidencia de cotejo tan archimanoseado como perogrullo. Pero esta travesía tampoco aparece rotulada por anuncios o avisos exógenos, no, no son señales de tráfico que te advierten a trescientos metros una rotonda, reduce a setenta, ahora a cien metros, reduce a sesenta, a cuarenta, aquí está la rotonda, ceda el paso. No. Ni siquiera sirve el codazo de espabila que ya tienes edad.

El tránsito, único, específico, intransferible, con turbinas propias por muy homologables que vengan de fábrica, se produce con la decisión exclusiva de incorporarse a la rotonda. Y es entonces cuando, al girar y girar por ella en busca de la salida, sin apenas advertirlo se perciben ya las turbulencias de la adolescencia.

Por eso, el adolescente activo, el que ejerce de adolescente, fluctúa por un campo de amores, ambiciones y sospechas, siempre en trance de definición, asteroide impertinente que acucia y rebeldea con sus centelleos metafísicos y epidérmicos.

Emoción, seguridad, cariño, piel, solidaridad, posesión, bondad, rendición, poder, soledad, músculo, verdad… (añádase listado de cuantas páginas sean necesarias) y sus antónimos, amasijo de hilos aún sin desovillar.

Años de titubeos con decisiones sublimadas todas ellas, hasta en los batacazos.

Esta forma de hacerse, fraguarse o serse (sic Una­muno) entronca y se pierde en el pasado más allá de la civilización de los ante­pasados del minotauro de Creta.