Pincha arriba en "Gramática de autor" para acceder a la segunda página del blog.

domingo, 1 de septiembre de 2013

BITÁCORA DE ESTÍO (4)

¡BIENVENIDOS A BORDO!


   Ese era el título que figuraba en el primer boletín informativo del barco. Aunque a mí, estas efusiones enlatadas… 
   Más me pareció un abordaje, desde el mismo momento en que el taxi me dejaba a pie de crucero. En cuanto bajé, un chico uniformado con chaleco reflectante se abalanzó a mi equipaje:
   - Una maleta y un portatrajes, esto es lo suyo, ¿no?
   Apenas asentí, apremió:
   - ¿Trae las etiquetas de identificación para ponérselas? Si no, nosotros…
   Me contagió las prisas:
   - No, no, las traigo.
   Abrí el bolso con manos de tableta, rebusqué, saqué las dichosas etiquetas y casi me las quita de las manos.
   - Déme, se las pongo con esta grapadora, –lo hace con una precisión que me anonada, y añade- la entrada es por allí. El equipaje lo encontrará usted en la puerta de su camarote. Lo sabe, ¿no?
   - Esto… sí. Gracias.
   Por fin encuentro margen para pagarle al taxista, y cuando me vuelvo han desaparecido el equipaje y el chaleco reflectante.
   Me resigno, confío en mi suerte y en lo que supongo la fila de entrada al `por allí´.
   Un control, bolso en los rodillos y arco con clásico detector de pitada aleatoria. Lo paso, recojo el bolso. ¿Y ahora qué?, La cadena de inercia se me había desmadejado tras el control. ¿Dónde hay otro allí?
   Ahí me detuve. Para estos casos, lo mejor, inspiración profunda, una vez, dos, acaso tres. Hasta hacerte con el entorno.
   El crucerista es un ser permeable a los códigos de temporada. “Que lo pases bien”, le han deseado. Y él acude con la intención engastada en el rostro.
   El crucerista, alma propensa a la emoción del escenario, asume dócil el rito preliminar. Colas y colas de gente, calmas o febriles, manufacturadas, en carriles de cintas extensibles. ¿A cuál de ellas incorporarme? Check-in impoluto cual patente de corso. Por dónde y cómo.
   Poco más de diez minutos para acceder a una especie de mostrador donde comprueban datos, fotografían tu rostro expectante, cámara de unicornio, y te entregan con sonrisa comercial la inefable “sea pass”, preciada tarjetita multifunción -acceso al santuario, a tu camarote, etc.-, exótica sustituta del dni durante el crucero.
   Y sigues la estela de anhelo cofrade. Pasas por aquí, subes por ahí, y ya estás a bordo. ¿Seguro?, porque yo no veo agua, digo mar, por ningún lado.
   Una especie de amplio salón de bodas con aderezos estándar. Una multitud disforme deambula por él, quienes van, quienes vienen o vuelven, en grupo, en parejas o sueltos, con risas de satisfacción, gestos de complicidad o cara de ¡oh!, ¡ah!, quienes saborean una copa de champán como avistando promesas.
   Nueva inspiración profunda. El crucerista es un ser tierno y vulnerable.
   Por mi asombro andaba, cuando una chica con uniforme de azafata de congresos, bandeja en mano, semblante de bienvenida, me ofrece solícita la copa programada.
   - Sí, claro –no me entiende, pero aclaro derramando una mirada de agradecimiento.
   Enseguida afronto el espacio y el ambiente. Adopto una pose madura, indulgente, aventuro pasos confiados, de toma de posesión, con estudiada negligencia en la forma de sostener la copa.
   Hasta que la condición humana me advierte: son las tres de la tarde y sin comer. Cual necesidad que por momentos se convierte en urgencia.
   Me revuelvo y avisto a un señor con chapa al pecho y traje de pertenecer al staff. Me apresuro hacia él y pregunto sin previos:
   - ¿Habla español?
   - ¿Cómo no? –me atiende con acento latino, creo que de Miami, y amabilidad de crucero-. Dígame, señor, ¿qué desea?
   Vamos bien, en español, que no quepa duda –pensé complacido.
   - Comer –respondo con cierta cautela.
   - El buffet está en la cubierta 14. Los ascensores, aquí a la vuelta. Sin problemas.
   Intercambio de cortesías y tal.
   Llego en tres minutos, y allí… Esta manía de observarlo todo

No hay comentarios:

Publicar un comentario