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viernes, 19 de octubre de 2012

MIS HORAS CANÓNICAS (VII)

VÍSPERAS
(Hacia las 18 horas)

   Un trasiego dispar brujulea por las calles de la ciudad, cosquillea sus entrañas. Bagaje de escamas que liberar. Coros canoros, silbos pujantes, batidas intermitentes de palomas, racheo de cigarras, sol de azafrán.
   Escenario de ilusiones, anhelos, codicias, recuentos, alivios. Simpleza y malicia en los extremos, sospecha en el frontispicio.
   Todos con una razón donde enjugar la fibra que los conforta. En parques y bulevares los críos queman sus penúltimas diabluras, los abuelos su horario laboral de guardería y los ociosos sus diarios riachuelos. En academias y otras docencias, en puntos de encuentro equívocos y en esquinas tediosas los jóvenes sazonan sus venturas. En bares, cafeterías y despachos multifunción se ultiman negocios, proyectos, banalidades, rutinas, desengaños y aburrimientos de inútil calado. En comercios, bazares, grandes almacenes y chiringuitos se compra con adicción, con necesidad y con velocidad hacia el cierre del minutero esperanzado de los dependientes. En calles y avenidas un cruce variado y variable de destinos anónimos.
   Aún dudo si integrarme en el paisaje, ni en qué sección, o camuflarme en él de libre oyente, o prescindir de esta broza diaria y orillarme hacia mis latitudes caóticas, que es donde…, en fin, ríase usted del pez en el agua. Nunca me he caracterizado por la determinación, siempre me ha costado un kilo y doscientos empujones coordinar criterio y actuación consecuente. Bueno, nunca, siempre, tampoco; a veces sí, incluso con resultado de medallita o algún que otro pin. Pero no voy alardear, porque no soy de sacar pecho ni tirar de penacho. Y sin embargo…
   Sentado en una terraza ubicua, saboreando un café de paladar terminal, mi retina vuelve de sus elucubraciones y tropieza y se detiene en las piernas cruzadas de una mujer en la mesa de enfrente. Retina subyugada que serpentea curvas arriba, sin distraerse en tejidos ni tonalidades, sino apreciando fantasías desnudas, hasta alcanzar el rostro más hermoso que sólo una puesta de sol puede velar y desvelar. Y mi retina recala en su retina, e intercambian promesas sensuales, voluptuosas, lascivas, obscenas, y por ahí.
   Nos levantamos y acercamos con las susodichas retinas arreboladas y engarzadas en un clímax de frambuesas arrebatadas. Justo cuando cerca repican unas campanas. Y la voz me sale del alma promiscua:
   - Por favor, vayamos primero a rezar y pedir perdón por el pecado que vamos a cometer.
   Así lo hicimos, por ese orden.

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