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viernes, 19 de octubre de 2012

MIS HORAS CANÓNICAS (III)

PRIMA
 (Primera hora después del salir el sol)


   Ya la batuta de Helios tabletea sobre el trípode de las partituras, urge, reclama, concita. Arranca la hora cero de la sinfonía. 
    Cotidiano trasiego de númenes que alientan o abruman o deprimen la savia de la humanidad.
   Cuadrillas de opinadores, dial a dial, desgranan y maceran las ondas. Sacrosantos santones, melifluos de adormidera, ingenuos recalcitrantes, meandros de ópera prima, luminarias diletantes, coyotes a la violeta, gacelas paticojas, halcones, palomas… Pléyade de la realidad publicada.
   Batallones de neumáticos invaden a motor desbraguetado el espacio urbano, todos los espacios, desde el asfalto hasta el éter. Hormiguean sincronizados en un rito febril. Lampones del acecho, medrosos con causa, luceros de honor, adalides de la nómina, profesionales de la profesión, muñidores del afán, rutinas silvestres, provisores, curtidores, medradores, ganapanes, pierdepenas, exangües, animosos, acerados, mantras, dignidades, paradigmas, relinchos, providencias, varetazos, gurús, Pancho Villa, Manhattan, desde alfa a omega del pan con sudor y gases tóxicos de última generación.
   Mientras, algunas bicicletas aventuran orgullos por los carriles de la ecología.
   Aceras de pasos presurosos, rígidos o arrastrados, bizarros o volátiles, de paisano o ceremonia, de tacón, planos o consumidos, abetunados o pálidos, sonoros, sinuosos, trabados, imperativos, agónicos, pausados, a pulmón, en trance, variada gama de glóbulos rojos y blancos.
   Adolescentes floridos de mochila y pinganillo se van arracimando por soportales, esquinas y plazoletas, y ponen rumbo mustio o lozano hacia la primera hora de aula, mientras pandillean comentarios dispersos o fervientes sobre sus constelaciones de cada día. Cabellos erizados, atusados o gráciles; rostros absortos, inmunes o expansivos; brazos espesos, gregarios o marciales; torso alicaído, ecuánime o enhiesto; andares inútiles, voluntariosos o resueltos; vestimenta indescriptible o de uniforme. Diamante en bruto o carne de bisutería.
   Algunas vetas de figuras inciertas y calmas, irredentos del ocio y las sábanas que niegan ventajas al declive. Salen, respiran el aroma de un día más, rehúyen los pasos de la melancolía, reinventan la felicidad de la venas ajadas y acuden sin prisas a quién sabe qué encuentros. Toda una vida en cada destino con sus parabienes y sus paramales.
   Poco después, salpicotea las aceras un reguero de críos de la mano que mece la edad. Vamos al cole. Saltarines, legañosos, canoros, presurosos, vocingleros, verraqueos, cabriolas, mixturas sin fin, ingenuidad pura hacia el camino del espanto.
   Me cruzo con un relicario de buenas noches, que me pregunta tarambana y mocoso:
   - Por favor, ¿me puede decir qué hora es?
   Y le respondo al paso, conciso y jesuítico:
   - La hora de la redención, el rezo coral por el pecado del Génesis, so idiota.

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